
Faltan
15 minutos para el comienzo del clásico. El tipo de terno y corbata
que acaba de sentarse al lado mío me pide tímidamente el
encendedor, me da las gracias con una voz bajita, y fuma en silencio
mientras mira la cancha aún vacía. A los 30 minutos del primer
tiempo, cuando el defensa central del local foulea al delantero de la
visita, el tranquilo oficinista salta del asiento y empieza a aullar
que ahorquen al desgraciado del saquero, que quiebren al hijo de
puta del defensa, que mojen la camiseta que para eso les pagan, que
el campeonato está arreglado y que siempre pasa lo mismo. Termina
el partido y me acuerdo que no me ha devuelto el encendedor, pero no
digo nada porque ando con la camiseta de mi equipo.
Santiago,
Enero 2015
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